viernes, 30 de marzo de 2012

Capitulo 9:)

Hace 130 años, en la habitación de Alistar.

Me levanté de un salto, después de pasar casi toda la noche en vela por los nervios que me invadían al pensar en el día de hoy, 3 de diciembre. Y tenía motivos para estarlo, ya que no era solo mi cumpleaños número 100 sino también el de mi mejor amigo, Meanet. Últimamente estaba distante y esperaba que con mi regalo volviera a ser el de siempre. Desayuné corriendo y me vestí con la ropa más elegante que encontré. Una túnica azul nueva y unos zapatos oscuros. Salí a la calle enseguida, tenía muchas ganas de ver a Meanet y darle mi regalo. Formulé un hechizo y al momento estuve enfrente de su casa. Me sacudí la túnica y me apresuré a llamar, pero no respondió nadie. Volví a llamar una y otra vez, pero siempre obtenía los mismos resultados. Empecé a preocuparme y tras formular un hechizo me encontré en su habitación.
Miré con sorpresa a mi alrededor. La cama estaba hecha, la habitación recogida y nada de ropa en el armario. Fui a la cocina, al salón y a las demás habitaciones, pero tampoco encontré a nadie ahí. Toda la casa estaba desierta. Hacía un día ahí vivía Meanet y su familia, y ahora no solo estaba completamente vacía, sino que parecía que hubiera pasado todo un siglo desde la última vez que alguien hubiera vivido ahí. Cada habitación hacía que me sintiera más triste. Salí al jardín y me quedé quieto, contemplando su casa. No podía creerlo. Se había ido. Y lo que era aún peor, sin decirme nada, a mí, Alistar, su mejor amigo.
Empecé a andar sin saber a donde iba exactamente. No me importaba.
-¿Alistar?- me giré sin prestar atención y vi a Alodia, tan sonriente como siempre. -¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar con Meanet?
-Sí, pero…-¿Qué podía decirle? ¿Qué se había ido y no sabía a dónde? No. Tenía que haber otra solución. Conocía a Alodia desde hacía mucho, casi tanto tiempo como a Meanet, y sabía que en el fondo, y aunque siempre hubiera intentado disimularlo, le quería. No podía dejar que lo pasara mal por él innecesariamente.
-Si aparece mañana, no pasará nada. –Pensé eso, pero algo dentro de mí me decía que no iba a ser así, que no iba a volver. Sonreí e intenté ocultar lo que había pasado.
-Hemos quedado en el río. Vamos a ir a pasar el día por el río y sus alrededores. Nos vemos esta noche, Alodia.
-Bueno, pasároslo bien. Hasta luego.
-Adiós.
Se despidió de mí con una sonrisa y siguió su camino. En ese momento reaccioné, me di cuenta de que no podía haber ido muy lejos, ayer por la noche todavía estaba ahí, estaba seguro.
Aunque claro, si había usado un hechizo podría estar en cualquier lugar. Lo mismo estaba en la otra punta del mundo como a cinco metros. Para asegurarme, formulé un hechizo de rastreo en un radio de 3 kilómetros. Nada. Ni rastro de Meanet. Lo formulé de nuevo con seis kilómetros más, pero de nuevo no encontré nada, o por lo menos no lo que esperaba. Ya no podía hacerlo más amplio a no ser que me acercará más. Me transporté hasta un bosque que había a cinco kilómetros y volví a empezar. Y otra vez, nada. Ya no tenía sentido seguir buscando. Estaba claro que se había transportado, quizás hasta había utilizado otro hechizo para parecer invisible y que no pudiera encontrarlo, yo o cualquier otra persona que lo buscara. Me transporté hasta mi habitación y abatido y triste, me tumbé en la cama y empecé a dar vueltas a su regalo.
Tanto esfuerzo buscando el regalo perfecto para nada, para que desapareciera. ¿Cómo podía haber echo algo así? Solté un grito de rabia y frustración y di un puñetazo contra la cama.
Sentía una sensación extraña, como si se me estuviera olvidando algo. Además algo importante.
¿El qué? Me puse de pie de un salto y empecé a dar vueltas por la habitación, hasta que conseguí acordarme. ¡La fiesta! Era a las seis y ya eran las cuatro. Aún no había comido y al no tener hambre no me había dado cuenta de la hora. Todo el asunto de Meanet me había dejado sin ganas de hacer cualquier cosa. En ese momento se me ocurrió una idea con la que quizás pudiera encontrarle. Salí de la habitación y fui a otra mucho más pequeña y oscura.
No encendí la luz, sabía que en unos instantes no la iba a necesitar.
Me acerqué a una mesa que había en el medio de la sala y quité con cuidado la manta que protegía lo que se encontraba dentro. Una pequeña fuente plateada y una masa azul en su interior, la cual al momento bañó la sala de ese mismo color. Sonreí satisfecho y me dispuse a empezar de nuevo la búsqueda de mi amigo.
Saqué de la parte baja de la mesa una caja pequeña de madera con adornos dorados.
La abrí y el resplandor que emitió no me dejo ver por unos instantes. Cuando recuperé la vista, cogí un frasco alargado que contenía un líquido amarillo. En la etiqueta ponía: “Líquido de la visión. Una sola gota y verás todo aquello que desees.” Nunca la había probado con otro mago, pero podría funcionar, por lo que me apresuré a echar una gota, y la habitación se bañó de un tono verdoso. La masa anteriormente azul, ahora presentaba un color verde oscuro debido a la mezcla de los colores. Cuando éste estuvo completamente definido susurré su nombre.
-Meanet.
Esperé unos instantes, mientras la masa se volvía más clara y pasaba a ser completamente transparente… En apenas unos instantes deberían aparecer unas imágenes que mostrarían el lugar exacto en el que se encontraba. Pero no fue así. Se quedó como estaba. Dije su nombre una y otra vez, pero seguía sin aparecer ni una sola imagen. No lo entendía…Que fallara el hechizo anterior tenía su lógica, pero éste… Salí de la habitación confuso y enfadado. ¿Dónde podía estar? Decidí que daba igual el lugar, estuviera donde estuviera, le encontraría. Aún tuviendo que recorrerlo a pie. No descansaría hasta conseguirlo.

Capitulo 8:)

Ismael.
No podía creerlo. Después de todo lo que había pasado entre nosotros, tenía la caradura de presentarse aquí. Y encima, de buenas. Me levanté y me fui, cuando estaba llegando a mi casa me alcanzó y me agarró por la cintura.
-¿Qué haces? ¡Suéltame!
-Quiero que hablemos.
-¿Sobre qué? Y además, yo no quiero. Déjame en paz.
-Venga Laura…No seas así.
¿Así como? No esperaría que después de lo ocurrido estuviera bien, ¿verdad? Mi mente viajó en busca de unos recuerdos recientes, de mí y de Ismael. De nuestra historia. Una historia de amor  por mi parte, pero llena de mentiras por  la suya.
De repente, fue como volver a vivirlo todo. La primera mirada y sonrisa, cuándo nuestras manos se juntaron y después me besó, como sentí que era suya y mi sueño de estar siempre juntos, el cuál al poco tiempo se rompió en mil pedazos, junto con mi corazón, el que, gracias a Alberto, volvía estar entero y mejor que nunca. Recordé el sabor de las lágrimas cuando me enteré de que había estado con Estefanía a mis espaldas durante tres meses de los seis que habíamos estado, como caían una tras otra y como ni mis amigas pudieron pararlas, lo mal que me sentí y como poco a poco el enfado fue sustituyendo la tristeza. Enfado que hoy, tras dos meses, no ha dejado de crecer. Ismael estaba fuera de mi vida y me iba a asegurar de que no volviera a entrar.
-No quiero hablar contigo, Ismael. Me engañaste, ¿no lo entiendes? No hay nada que hablar. Es muy tarde. Ahora estoy con otro, y me quiere de verdad.
-Sí, lo entiendo. Y lo siento mucho, en serio.
-No, no lo sientes. Y aunque fuera así, no te pondría perdonar, por lo menos, todavía no.
Aprovechando un momento de despiste, salí corriendo y me metí en casa. Llamé a mi madre tres veces, pero no contestó, lo que significaba que estaba sola. Menos mal. Subí a mi habitación y me tumbé en la cama. Cogí el móvil y me puse música, siempre que estaba mal o tenía algún problema, me relajaba escuchar a mis cantantes favoritos. Aunque no quería, ver a Ismael me había afectado bastante. Me levanté y cogí un libro de la estantería. Cuando lo iba a sacar se cayó al suelo otro. Me agaché para cogerlo y me di cuenta de lo que era. Mi regalo para el cumpleaños de Ismael. Un libro con todos nuestros recuerdos hasta ese momento. El último era del último mes que hicimos juntos antes de que rompiéramos. Una foto con una dedicatoria. La leí mientras recordaba el momento exacto en el que nos la hicimos. El 10 de marzo. Habíamos ido a pasar la tarde a un parque de las afueras muy bonito y grande. Tras dar un paseo y tomar algo, estábamos descansando enfrente de un lago. Me dijo que me quería y tras contestarle que yo también me dio un regalo. Lo abrí mientras no dejaba de sonreírle. Una cámara. La misma con la que la foto había sido tomada instantes después. Era una foto muy bonita, la verdad. El lago de fondo y él dándome un abrazo. La dedicatoria decía lo siguiente:

¿Qué puedo decirte? Ese día lo resumió todo. Gracias por tu regalo, cariño, pues estar junto a mí, por hacerme tan, tan feliz. Gracias por hacerme sentir única, especial, aunque solo sea más de las seis mil millones personas que hay en el mundo, gracias por cada momento y por todos los que nos quedan por vivir, gracias por 5 meses.  Simplemente, GRACIAS POR TODO.
Y solo me queda decirte:
Te quiero más que a nada Isma, y espero que lo sepas.
Durante todo este tiempo te lo he demostrado de mil maneras distintas, con miradas, son sonrisas, con palabras, de todas las formas que se me han ocurrido. Pero sé que aun así no podrás imaginarte cuánto es. Después de todo, dos palabras tan simples no pueden expresar realmente lo que es, ni siquiera se acercan a la realidad. En esta carta lo que intento es que te des cuenta. Quiero decirte que eres lo mejor de mi vida, que siempre realmente es mucho tiempo, pero me encantaría pasarlo contigo. Porque eres mi sueño, mi presente y espero que mi futuro. Porque eres una piza tan fundamental en mi vida, que sin ti no podría vivir, o sí, pero no quiero y espero que tu tampoco sin mí. Porque te quiero, por eso.
No lo olvides nunca.
Te quiero tanto, tanto…

¿Cómo podía haber sido tan ingenua? En esos momentos estaba con otra. No me quería y si lo hacía, lo demostraba muy mal. Romper con él era lo mejor para mí, no podía estar con alguien así. Y tenía a Alberto. Alberto…Me moría de ganas de hablar con él. Al momento, sonó mi móvil. Corrí a cogerlo, y cuando leí el nombre en la pantalla, no pode hacer otra cosa más que sonreír. ¡Era él!
-¡Hola, cariño!
-¡Hola, princesa! ¿Qué tal estás?
-Pues muy bien, pensando en llamarte. Quiero verte. ¿Puedes quedar?
-Sí, de pronto me han entrado unas ganas enormes de estar contigo. Ha sido extraño. Estaba repasando para el examen de Lengua, y de pronto, has ocupado toda mi mente. Será que te quiero… ¿no crees?-
Dios, ¿podía ser más perfecto?
-Jajaja claro. Yo también a ti. Bueno, entonces… ¿Cuándo quedamos? ¿Te parece bien a las ocho enfrente de mi portal?
-Vale, a las ocho estoy ahí.
-De acuerdo. No vengas tarde, ¿eh?
-Claro que no, ya sabes lo puntual que soy.  Por si no te acuerdas, eres tú la que llegaste tarde al cine.-
-Por culpa de mi hermano, no mía.
-Si, si, eso dices. Te dejo, que ya son más de las siete y media y tengo que vestirme. Un beso princesa, te quiero.
-Hasta ahora, te quiero.
Colgué sonriendo. Como siempre. Desde que estaba con él, sonreír era lo habitual en mí. Era tan increíble…
Ya estaba vestida así que fui al baño me arreglé un poco el pelo, me eché sombra y brillo de labios, me cepillé los dientes y tras comprobar que todo estaba en su sitio, fui a la cocina y deje una nota diciendo que había salido a dar una vuelta con unos amigos (todavía no le había dicho a mi madre que estaba con Alberto), que no iría muy lejos y que a las nueve y algo estaría en casa.
Cogí las llaves y salí de casa. Eran las ocho menos cuarto. Salí andando deprisa, no quería retrasarme. Cuando llegué, él ya estaba ahí. Llevaba una camiseta blanca y azul y unos vaqueros oscuros con unas deportivas blancas. Como siempre, guapísimo. Me acerqué a él por detrás intentando no hacer ruido, y le puse las manos sobre los ojos.
-¡Hola, guapa! Llegas un poco tarde, ¿eh?
-No… ¿Lo ves? Son las ocho en punto.  Soy muy…-No pude terminar de hablar. Mis labios se encontraron con los suyos y me fue imposible seguir. Al separarnos y ver su sonrisa, me di cuenta de no necesitaba más pruebas. Ismael era una parte importante de mi pasado, pero eso era todo. Necesitaba a Alberto , y nadie podría ocupar nunca su lugar.

viernes, 16 de marzo de 2012

capítulo 7 :)

El domingo fue un día normal, lo cuál agradecí. Últimamente no podía disfrutar de uno de esos días aburridos y nada me apetecía más. Había hablado con Alberto por el móvil pero aparte de eso, no había hecho gran cosa. No usé mi don para nada, todavía me desconcertaba bastante. No terminaba de acostumbrarme a él, y aunque mucha gente se hubiera sentido muy afortunada de poder tenerlo y lo sabía, no podía sentirme así. Rubén lo sabía. Sabía que tenía un don, y según Alistar, muy pronto vendría a por mí, lo cuál era realmente inquietante. Alistar había dicho que era muy poderoso debido a su poder mental. ¿Podría desear que no fuera así, dejarle inválido respecto a esa cualidad? Si funcionaba, nosotros tendríamos ventaja. Me sorprendí a mi misma pensando en Alistar y en mí como en “nosotros”. Sin querer, me había incluido en su lucha, por así decirlo. Y no podía echarme atrás. Alistar había puesto en mí sus esperanzas, y no iba a decepcionarle. Pero al igual que en la tienda, seguía pensando en cómo iba a vencer a un mago. ¿Y vencer para qué? Alistar todavía no me había contado qué quería hacer aquí. Vale, que fuera detrás de mí era motivo suficiente pero no había hecho algo aún. Aunque claro, delante de mi clase…Uf. No sabía que pensar.
Cuando el lunes llegué a clase Lucía vino hacia mí sonriendo.
-¡Hola!
-¿Qué tal, Lu?
-Muy bien. Oye, tengo algo que contarte.
-¿Qué pasa?
Se puso roja y la miré sorprendida. La había visto así muy pocas veces. ¿Qué tendría que decirme?
-Pues es que…
-Venga, dime. -la sonreí y ella a mí, aunque seguía roja.
-Verás…
-¿Siii?
-Me gusta Javi. -No pude evitar reírme (no con maldad). ¿Lucía y Javi? Eran amigos desde siempre. La verdad, eran muy parecidos. Impulsivos, alegres, cariñosos, inteligentes y los dos parecían modelos. Hacían buena pareja, aunque no tenía muy claro que Javi sintiera lo mismo que Lucía.
-¿Y desde cuándo?
-Desde la fiesta. Como tú estabas con Alberto yo me aburría un poco, todos estaban bailando menos Javi, así que me acerqué a él. Empezamos a hablar y no sé…Surgió. Es tan simpático…Y tan guapo…Y siempre ha estado a mi lado ayudándome.
-Sí, en eso tienes razón. Siempre ha estado a nuestro lado, pero sobre todo al tuyo. Bueno, ¿y qué vas a hacer? ¿Se lo vas a decir?
-¡NOOOOO! ¿Cómo voy a decírselo?
-Mmmm…No sé. Entonces… ¿vas a seguir siendo solo su amiga?
-Sí…Supongo.
Sonrió con tristeza y bajó la mirada. La verdad es que sí le quería pero no quería decírselo, ser su amiga era lo mejor que podía hacer. Al menos así poco a poco, podría hacer que sintiera lo mismo que ella.
-Bueno Lucía, no te preocupes. Ten paciencia, ya verás como pronto cae. Además, yo voy a estar aquí para ayudarte.
Me sonrió y nos abrazamos.
-Muchas gracias, Laura. Eres la mejor, ¿lo sabías?
-No me las des. Bueno, voy a sentarme. Tiene que estar a punto de llegar la profe.
La sonreí por última vez y me dirigí hacia mi sitio. Nada más sentarme la puerta se abrió y entró Alberto.
Iba muy guapo, con unos vaqueros oscuros, una camiseta blanca con letras negras y unas converse a juego. El pelo lo tenía mojado, como cada mañana.
Llegaba tarde, por lo que solo me dirigió una sonrisa y se sentó.
Al minuto entró Paula, la profesora de Matemáticas.
-Buenos días, chicos. Espero que hayáis pasado un buen puente. Bueno, sacad los libros. Vamos a empezar con integrales.
-Jo, profe…-La voz de Pablo, un amigo de Alberto, llegó desde el asiento del lado de Estefanía.
-No te quejes, Pablo. Ya sabes que tenemos que avanzar.
Pablo agachó la mirada mientras suspiraba. Solté una risilla y saqué el estuche y los libros. Cuando iba a dejarlos me encontré con un avioncito en mi mesa. Lo desdoblé y leí lo que ponía.
“¿Qué te parece quedar esta tarde? Tengo que hablar contigo. A las siete en el parque de enfrente de tu casa. Responde: sí o no.
No ponía nombre, aunque supuse que era de Alberto. Me giré y miré hacia su pupitre. Cuando me vio le dije que sí con la cabeza y me dirigió un gesto de sorpresa. Moviendo solo los labios me preguntó que a qué me refería. Pensé que estaba tomándome el pelo, así que le seguí la corriente. Volví a mirar a la pizarra, en la que Paula había empezado a corregir los ejercicios que había mandado. Sentía la mirada de alguien en la nuca, así que me giré. Ismael. Mientras sonreía me saludaba con la mano. Imbécil. Tras dedicarle una mirada de todo menos amable, empecé a corregir. El resto del día transcurrió con normalidad. Los lunes no teníamos Física por lo que no vi a Rubén. Llegué a casa y me puse a leer.
A las siete menos cuarto me empecé a arreglar. ¡Qué ganas tenía de ver a Alberto! A las siete en punto llegué al parque y me senté en un banco que había enfrente de la puerta.
Siete y cinco.
Siete y diez.
A las siete y cuarto vi una sombra que salía de mi espalda. Me giré sonriendo, pensando que sería Alberto, pero no fue así.
No esperaba encontrármelo, no quería encontrármelo y sin embargo ahí estaba, con la mano sobre mi hombro y muy sonriente.
Ismael.


viernes, 9 de marzo de 2012

CAPÍTULO 6 :)

Me hubiera quedado así con él para siempre. Era feliz. Más que nunca. Mis latidos cada vez se aceleraban más y era imposible quitar la sonrisa boba que se había adueñado de mi cara. Levanté la mirada y vi que el también sonreía. En ese momento y de forma muy inoportuna sonó su móvil. Nos separamos y antes de cogerlo volvió a besarme, esta vez en la frente.
-¿Sí?
No podía creer aún que fuera mi novio. Era mejor aún que en mis sueños. Era real. Y pensar que una semana o dos antes si me lo hubieran dicho me hubiera reído.
-Sí, esta conmigo. - Por lo poco que escuché me enteré de que estaba hablando con alguna de mis tres amigas de mí.
-Si si, tranquila. Esta perfectamente, te lo aseguro. Ahora vamos. Vale. Hasta ahora.
Colgó y mientras sonreía me cogió de la mano. Empezamos a andar en dirección a la entrada principal.
-Oye…esto… ¿Qué tal estoy?
-Preciosa, como siempre.
Me sonrojé en seguida y se echo a reír. Intenté bajar la mirada, pero me sujetó con dulzura la barbilla y me obligó a mirarle a los ojos.
-Lo digo en serio, Laura.
-Creo que qué seas mi novio influye un poco, ¿no?
Ambos nos reímos y cogiéndome por la cintura me volvió a besar. Todavía me costaba acostumbrarme a eso. Cada vez que sus labios estaban sobre los míos notaba como por todo mi cuerpo se estremecía y mi pulso se aceleraba.
-Uf. Es mejor de lo que esperaba. Bueno, entremos, no vaya a ser que me vuelvan a llamar.
-Sí, tienes razón. Pero espera…Solo uno más.
Sonrió y me hizo caso.
Al entrar Ana y María me abordaron con mil preguntas, pero solo Lucía se dio cuenta de que en ese momento no quería hablar. Miró a Alberto, me miró a mí…Y como esperaba, lo entendió todo.
-Bueno, bueno, chicas…Vamos a mi habitación las cuatro. Alberto, tú entra al salón. Laura tendrá que cambiarse.
La seguí la corriente y al subir a la habitación empezó el inevitable interrogatorio.
-¿Cómo ha sido? ¿Desde cuando te gusta? ¿Besa bien?
-¿Cómo? ¿Laura y Alberto están juntos?
-Parece mentira que no te hayas dado cuenta, Ana. ¿No has visto lo felices que estaban los dos al entrar?
-Es verdad. Estaba muy claro. - Uf. Que vergüenza estaba pasando. Me senté en la cama y al momento Lucía se sentó a un lado, Ana al otro y María en el suelo enfrente de mí.
-Bueno, ¡Cuenta!
-¿Qué queréis que os cuente?
-No sé… ¡Todo!
Se rieron las tres a la vez mientras yo me iba poniendo cada vez más y más roja. Uf.
-Bueno, dejarla hablar chicas.
-La verdad…Todo empezó hace no sé, tres días. Me pidió disculpas por haberse portado así conmigo y le dije que le perdonaba. Al día siguiente fuimos al cine por nuestros hermanos. Resulta que aunque yo no lo sabía Alberto es el hermano de Isa. Bueno sigo… Nada más entrar me puse nerviosa por estar con él. Fui al baño y me relajé un poco, aunque luego volvió a pasar lo mismo. Esta vez Alberto me siguió y nos sentamos en un banco los dos fuera. Cuando me encontré mejor entramos y ya no hablamos más. Cuando llegué a casa y me cambié recibí este mensaje y ya estuvimos hablando.
Cuando los leyeron entre empujones y lanzamientos de cojines para ver quién los leía primero, empezaron a gritar como locas. Ana empezó a cantar una cancioncilla que decía algo así como “Laura y Alberto se quieren, se dan un piquito bajo un arbolito…”
María hacía los coros y Lucía no dejaba de hacerme preguntas. Cuando se calmaron las tres continué hablando y hasta que terminé no me volvieron a interrumpir.
-Guau, Laura…Que calladito te lo tenías, ¿eh guapa?
-Bueno…No sabía que me estaba pasando, Lu. Además, tampoco he tenido tiempo.
-Sí, eso dices…Yo no me lo creo, ¿y vosotras chicas?
-¡¡Tampoco!!- Lo dijeron las dos a la vez y empezamos a reírnos. Las miré y no pude evitar sonreír. Ahí estaban ellas. Las mismas de siempre, con las que más locuras había hecho, con las que había vivido momentos buenos, aunque también malos. Mis inseparables. Esas personas que siempre me hacían sonreír. Eran increíbles.
-Bueno, Laura… Nos alegramos mucho por ti y por Alberto. Esperamos que duréis mucho.
-Muchas gracias. Sois las mejores.
-¡Claro! ¿Lo dudabas?
-No, pero cada vez soy más consciente.
Habían pasado ya cuatro años desde la primera vez que nos juntamos, y el tiempo solo había hecho más fuerte nuestra amistad.
-Mirad como se queda embobada Laura pensando en su Albertito. -Lucía y Ana empezaron a reírse tras el comentario de María mientras que yo volvía ponerme roja.
-Que tontas que sois ¿eh? No estaba pensando en él.
-Ah, ¿no? ¿Y en qué entonces? ¿En sus labios? ¿En su pelo? ¿En su sonrisa?
Volvieron a reírse las tres y las tiré todos los cojines que había encima de la cama. Aún así siguieron riéndose, incluso más. No tenían remedio. Aunque no importaba, intenté resistirme pero enseguida empecé a reírme yo también.
Después de muchas risas & lanzamientos de cojines bajamos al piso de abajo. La música había cambiado de estilo completamente, ahora sonaba Britney Spears. Baby one more time.
Todavía seguían bailando, aunque había gente sentada. Busqué con la mirada a Alberto. Cuando lo encontré estaba sentado junto a Javi, su mejor amigo. Al verme se levantó y vino hacia nosotras. Ana y María lo señalaron y soltaron unas risillas. Las miré, y se fueron las dos con los demás. Lucía se fue también, pero a la cocina. La comida empezaba a escasear.
-¡Hola! Has tardado mucho en bajar.
-Sí, ya sabes… Las chicas y sus preguntas.
-Sobre nosotros, ¿no?
-Si…Quieren saberlo todo.
-Bueno es normal. A todos les ha pillado un poco por sorpresa.
-A mí también, la verdad… -me miró divertido y pasó un brazo por mis hombros.
-¿Por qué?
-Por que me cuesta creer que me quieras.
-Bueno, podría decirse que no te quiero. Ya te lo he dicho, estoy enamorado de ti.
Vale. Decidido. Estaba loca él. Era como si algo dentro de mí hubiera explotado y se hubiera llenado todo mi cuerpo de mariposas que volaban desde mis pies hasta mi cabeza. Era lo más ceca de volar que había estado nunca, de hecho, la sensación seguramente sería la misma.
No pude evitarlo. Le besé. Aunque le pillé por sorpresa, enseguida me respondió con una gran intensidad. Estuvimos así durante un tiempo indefinido. No me di cuenta de que estábamos en el salón de Lucía delante de casi una veintena de personas. No importaba. Ahora mismo, el mundo estaba vacío para mí. Él era mi mundo. Cuando nos separamos sonreímos tontamente, aún bajo los efectos de ese beso increíble. No me atrevía a hablar no quería estropear el momento. Quité la mirada de sus ojos y le abracé. Era algo maravilloso. Me sentía tan bien, tan protegida. Y por el simple hecho de que él me abrazara. Creo que fue en ese momento cuando la gente se fijó en nosotros ya que empezaron a oírse algunas risitas.
Nos separamos y miré disimiladamente. No podía creerlo. 15 pares de ojos fijados en mí y en Alberto, todos con la misma expresión de sorpresa. Me puse roja y se oyeron algunas risitas. En ese momento apareció Lucía junto a Ana y entre las dos consiguieron que la gente dejara de mirarnos.
Cuando nos íbamos a marchar al jardín otra vez los dos mi móvil sonó.
“Welcome to my life”
-¡Hola, mamá! ¿Qué pasa?
-Hola. ¿Cuándo va a terminar la fiesta? Es para decirle a papá que vaya a por ti.
-No sé… ¿Qué hora es?
-La una y cuarto. No puedes quedarte mucho más, ya lo sabes.
Pff. No me quería ir. Pero la verdad es que tenía razón. No iba a tener a mi padre esperando hasta las tantas. Resignada, le contesté.
-De acuerdo. A la una y media, ¿vale?
-Vale. Adiós.
-Adiós.
Miré a Alberto con pena. Me daba rabia que un día tan perfecto se fuera a acabar.
Podría usar mi don para alargar este último cuarto de hora, pero me había prometido a mí misma no usarlo demasiado.
Entramos de nuevo a la casa de Lucía de la mano, andando despacio, como si el mero hecho de andar así fuera a alargar más el tiempo. Cogí mi bolso sin hacer demasiado ruido, me despedí de mis amigas y salimos afuera. Quedaban solo cinco minutos y sabiendo cómo era mi padre, dos o tres.
No quería irme. Le cogí de la mano y me apoyé en su hombro con pena y él me respondió con una suave apretón, como diciendo “yo tampoco”. Apenas habíamos llegado a la entrada cuando mi padre apareció. Como despedida me abrazó y me dio un beso un la mejilla. Todavía no sabía como reaccionaría mi padre, así que me alegré de que se hubiera dado cuenta de eso. Mientras iba al coche, me giré una última vez, nuestras miradas se encontraron y ambos sonreímos.

viernes, 2 de marzo de 2012

Capítulo 5 :) "Te quiero"

Al día siguiente estuve hasta las cinco y media contando las horas, minutos y segundos que quedaban para ir a la fiesta. 
Cuando eran tan solo las cuatro y cuarto empecé a arreglarme. Me duché y me empecé a peinarme. Me lo alisé, lo recogí en un moño, en una trenza, en dos coletas, me lo solté, lo ricé, lo volví a alisar…Nada. Ninguno me convencía. 
Decidí renunciar al peinado y empecé con la ropa, como ya la tenía elegida de antes no tardé mucho. Un vestido rosa claro de tirantes con un cinturón negro a juego, unos zapatos de tacón, un collar largo, unos pendientes y pulseras, todo negro también. 
Eran las cinco en punto y todavía me quedaba el asunto del pelo. 
Volví a hacerme todos los peinados anteriores, pero nada me convencía. Quizás el moño o rizado…No conseguía aclararme. En ese momento me acordé del que me había hecho en Año nuevo. Me ondulé algunos mechones y los dos primeros de cada lado me los recogí con dos pinzas negras. Miré el reloj. Las cinco y veinticinco pasadas. Ya no llegaba, su casa estaba a diez minutos andando rápido. Había decidido no usar mi don más de lo necesario pero no quería llegar tarde. Cerré los ojos, crucé los dedos y deseé estar en su calle. Cuando abrí los ojos a los dos segundos estaba en su casa. Al transportarme había sentido algo extraño. No sabría explicarlo. Era como si me estuvieran haciendo cosquillas muy rápido por todo el cuerpo, aunque mucho más agradable.  
Llamé al timbre y al momento Lucía abrió y me abrazó tan fuerte y con tanto entusiasmo que casi nos caemos al suelo. Cuando pude separarme de ella entramos en su casa. 
Vivía en un chalet enorme, en una de las zonas más lujosas de la ciudad. Sus padres no estaban en casa, por lo que tendríamos su casa libre hasta el domingo. Nada más quitarme el abrigo empezó a chillar como una posesa.
-¡Pero Laura! ¿Cómo puedes ser tan preciosa? Mírate. ¡Estás espectacular! Que es mi cumpleaños, ¡no el tuyo!
-Jajaja ¡Que exagerada eres! Tú que si vas guapa. 
-Sí, vamos…si ni me he arreglado aún. Bueno, vamos a empezar a colocar las cosas. Sube el abrigo a mi habitación. Te espero en el salón. 
Subí despacio, pensando en Alberto. Me moría de ganas de verle. Durante todo el día había pensado varias veces en llamarle o enviarle un sms pero nunca había llegado a hacerlo, incluso me había conectado al tuenti para ver si estaba y hablar con él, pero nada. La verdad, era mejor así. Quería hablar con él, cara a cara y a solas, al ser posible. 
Cuando bajé Lucía ya había empezado a organizarlo todo. Me quité los tacones y fui a ayudarla. 
A las seis y media ya habíamos terminado y Lucía todavía tenía que arreglarse, por lo que subimos a su habitación medio corriendo las dos entre risas y empujones. 
Ya tenía decidido lo que iba a ponerse así que al poco tiempo solo le quedaba peinarse y maquillarse. Se rizó el pelo con la plancha y se maquillo poco, igual que yo. 
Eran las siete en punto cuando sonó el timbre. Me puse los tacones, me retoqué un poco el pelo y los ojos y bajamos las dos a abrir. 
-¡Hola chicas!
-¡Hola Ana, que puntual!
Nada más llegar al salón alguien llamó otra vez. Esta vez fui a abrir yo y nada más hacerlo me arrepentí. Alberto. Cuando me vio, se quedo blanco, igual que yo, y ninguno supo que decir. 
Al final, hablé, no soportaba más ese silencio. 
-Ho…Hola, Alberto. 
-Hola, Laura.- Su voz sonó fría y medio enfadada. Fueron solo dos palabras, pero me hicieron un nudo en la garganta. Aunque lo raro hubiese sido que no hubiera estado enfadado. Después de aquel estúpido sms…
-Bueno, ¿puedo pasar?
-Sí, claro. Están en el salón.- Ni siquiera me miró al pasar a mi lado. Me quedé ahí quieta, mirando como iba al salón. 
-¿Laura? ¿Qué haces ahí parada? -Me giré y vi a María.
-Ah, hola. Nada, solo estaba pensando. Están el salón, vamos.
Me miró de reojo cuando pasó y supe que no me había creído. Iba a tener que empezar a disimular un poco más mis emociones. Cuando entramos, Alberto estaba hablando con Lucía y al parecer de algo muy divertido, ya que los dos se reían mucho. Ana estaba buscando un CD apropiado y cuando lo encontró, uno de Simple plan, lo puso y conectó los altavoces. 
“I’m sorry, but I can`t be perfect…”
Que razón llevaba. Ni me acercaba a serlo. Y últimamente menos. 
Eran las siete y cuarto, y todavía faltarían mínimo 15 personas más. Al momento, como respondiendo a mis pensamientos, llamaron a la puerta. 
De nuevo, fui a abrir. Entraron de golpe las personas que faltaban. Cuando llegaron al salón se sacó la comida, se subió la música, ahora más de fiesta y empezaron a bailar todos menos Alberto y yo. 
Le miré y vi que el también tenía los ojos clavados en mí y parecía incapaz de apartarlos. Al final, bajé yo la mirada y me di la vuelta. 
A las siete y media llamaron a la puerta otra vez. Lucía y yo nos miramos las dos a la vez, no creíamos que faltara nadie. Nos levantamos, fuimos a abrir y lo que vimos nos dejo sin habla. 
Estefanía y su sequito de lameculos. 
Arrancha, Sofía y Raquel. 
-Perdonar, pero… ¿quién os ha invitado?- No podía creerlo. Se había presentando ahí como si nada, sin ser invitadas. 
-Bueno, hemos pensado que sin nosotras esta fiesta sería demasiado aburrida. Hemos venido a arreglar un poco las cosas. 
-No os necesitamos, gracias. Podéis volver por donde habéis venido. -Por lo menos Lucía no se andaba con rodeos. Solté una risilla y Estefanía me miró enfadada, lo que me hizo reírme aún más. 
-¿De que te ríes?
-Mmmm no sé. De ti, a lo mejor. De que tienes la cara dura de presentarte aquí sin invitación, y encima hacerte la graciosa. Ya que lo eres tanto, según tú, podías irte a un circo. Quizás ahí consigas algo, además seguro que no necesitas maquillaje, tu cara ya provoca risa. 
No pude evitarlo. Lo solté todo y la cara de Estefanía se puso roja del enfado. No estaba dispuesta a aguantarla más, así que me concentré y deseé que cambiara de opinión y se fuera. Al momento se fue junto a las demás sin decir ni una palabra.
-¡Eso ha sido increíble, Laura!- Lucía me miraba con asombro, era la primera vez que me enfrentaba a Estefanía así, y que además, ella se iba sin decir nada. Aunque claro, Lucía no sabía que mi don había tenido mucho que ver. 
-Bah, no ha sido para tanto. Venga vamos, que nos estarán esperando.
Cuando entré al salón la canción era lenta, y casi todos estaban bailando por parejas. Me fui a sentar, con la mala suerte de que Ana, que pasaba por ahí con una bandeja para dejarla en la mesa se chocó conmigo, y toda la comida fue a parar a mi vestido. Por un momento, todo el mundo se quedó mirándome y empezó a reírse. No podía estar pasándome esto. Miré a Alberto y vi que él se estaba riendo. Fue más de lo que podía soportar. Salí corriendo, dejando atrás las disculpas de Ana, las risas y a Lucía ofreciéndome una servilleta. 
Ir había sido una mala idea. Intenté desear que mi vestido estuviera como nuevo, pero no funcionó. No conseguía concentrarme. No quería irme así sin más, así que me senté en el césped del jardín de Lucía y mientras las lágrimas por toda la tensión acumulada se derramaban una tras otra, intenté limpiarme.  Después de un rato frotando mejoró un poco, aunque no hizo que me sintiera mejor. Alberto. Se estaba riendo. No había cambiado nada. ¿Cómo podía haber sido tan ingenua? Me quité los tacones y me puse las manos sobre los ojos. Las estúpidas lágrimas no hacían más que caer y no podía pararlas. Todo lo vivido en estos últimos días, todo el estrés que había estado acumulando se estaba liberando. Cuando ya estaba consiguiendo relajarme vi una mano que me ofrecía un pañuelo. Me giré y vi a Alberto, que me miraba con un gesto de disculpa. 
No quería hablar con él. 
No quería verle. 
¿Por qué no me dejaba en paz? No era tan difícil. Me levante como pude, pero al estar tiempo sentada los pies se me habían dormido y si no fuese por Alberto me hubiese caído. 
Sin darle las gracias, me incorporé y seguí andando. 
-Laura…
-Me voy.
-No por favor quédate
.
-¿Por qué?
-Tengo que hablar contigo, por favor...
-¿Sobre qué ¿Ya has hecho bastante no crees?
-Si, y lo siento...pero quiero que sepas que es realmente lo que siento, lo que siempre he sentido.-
 Uf. Aunque no quería verle, algo dentro de mí sabía que realmente no estaba de acuerdo con irme.
-Te escucho, pero date prisa.
-Si, bueno veras, el caso es que yo...
-¡Vamos!
-Te quiero. Sí, se que suena ridículo y que no me creerás después de todo lo que hemos pasado. Nos conocemos desde hace mucho y de pequeños éramos muy buenos amigos, pero crecí, y me volví un
inbécil o eso creías, pero lo que realmente me paso es que me enamore de ti. Y no me di cuenta. No comprendía lo que me estaba pasando, y no quería comprenderlo. Supongo que siempre lo supe, aunque no lo quise reconocer. Y todo empezó hace dos meses. Un día en clase te giraste y me sonreíste, después de mucho tiempo. Fue solo una décima de segundo, pero tu mirada, la forma en la que sonreíste, como te quitaste el pelo de la cara, para que al momento volviera a su forma inicial, y volvieras a colocártelo, no sé, provoco algo. Y desde entonces cada vez que te veía, que oía tu voz, sentía lo mismo que aquella vez. Una y otra vez y no sabía el por qué. Hasta que una tarde cuando me enteré de que estabas con el memo de Ismael me di cuenta de lo que era esa sensación. Me estaba empezando a gustar mi mejor amiga de pequeños, esa persona con la que me había peleado una y otra vez por las series de dibujos animados, por el cubo y la pala, por elegir juego. En otras palabras, tú. Durante estos dos meses te he ido queriendo cada día más y más, me he enamorado de ti. Porqué eres la persona mas increíble que conozco, porque no sé, eres tú. No puedo evitar sentirme así. Como si quererte fuera una obligación y no la pudiera evitar por mucho que lo intentara. Y lo he hecho, te lo seguro. Pero no hay marcha atrás y si no puedo evitarlo lo que si que puedo hacer es intentar que sientas lo mismo. Por eso fui al cine con mi hermana, la idea fue suya. Pensó que si íbamos juntos los dos, quizás podría conseguir algo. Tenía que conseguir que te fijaras en mí. Y estoy completamente seguro de que yo soy para ti, de que nunca podría querer a otra, y que tú eres para mí. Por que puedo hacerte feliz Laura. Y tú a mí. Llevo así demasiado tiempo. Pensé que si empezábamos de cero las cosas cambiarían, pero no ha sido así. No quiero que seas mi amiga. Quiero que seas mi novia. Por favor, di que sí.
Me quedé ahí, quieta, no era capaz de moverme. Sentía como mis latidos aumentaban el ritmo a dos mil por hora, parecía que el corazón se me iba a salir del pecho y que en cualquier momento empezaría a bailar de la alegría.
Quería abrazarle, besarle, decirle que yo sentía lo mismo, que no sabía lo feliz que me acababa de hacer pero mi cuerpo no reaccionaba.
-¿Laura?
Por fin conseguí hablar.
-Alberto, la verdad es que yo. . .
-¿Qué?
-Que te creo, y que lo del cine funcionó.
-¿Qué quieres decir?- Por favor, no era tan difícil. Sus ojos, que hasta entonces habían estado fijados en el suelo se levantaron de golpe y se fijaron en los míos, lo que me dificultó un poco la concentración.
-Pues eso…Que lo siento, pero estoy enamorada.
-¿De quién? No será de Ismael, ¿verdad?- Y lo diría en serio. No podía creerlo. ¿Necesitaría un cartel o algo?
Le sonreí y me miró confundido.
-Pues…no, precisamente. Es de otra persona.
-¿De quién? No me dejes así.
-De ti, tonto. -Antes de que pudiese reaccionar, me encontré con sus labios sobre los míos. Al principio, no podía moverme de la felicidad. Era curioso como en apenas tres días podía haber empezado a quererle tanto. Supongo que siempre fue así, solo que me empeñé en evitarlo. No sé por qué pero vino a mi cabeza un recuerdo de los dos de pequeños. Estábamos en un parque de enfrente de mi casa los dos junto con nuestros hermanos. Tendríamos nueve años como mucho. De pronto, Alberto se fue corriendo sin decir nada y le seguí. Cuando le alcancé, le pregunté el por qué de salir corriendo así sin más y no me contestó, solo me ofreció una hoja doblada. Cuando la abrí me fijé en que estaba rota por el centro y formaba un corazón. Entonces  la miré, ambos sonreímos a la vez y me dio un beso en la mejilla. No recordaba nada más, pero la sensación fue la misma. Por aquel entonces y aunque yo era muy joven como para darme cuenta, no era un simple amigo. Cuando volví a la realidad, Alberto despegó sus labios de los míos y me estrechó entre sus brazos mientras sonreía con esa maravillosa sonrisa.
-Sí, yo también lo recuerdo.
Me separé de él sorprendida, pero cuando nuestras miradas de cruzaron supe que él también lo había recordado. No dije nada, no hizo falta. Di un paso y me protegí entre sus brazos de nuevo. Nos quedamos así, abrazados los dos sin decir nada, oyendo únicamente los latidos del corazón del otro.