jueves, 12 de julio de 2012

Capítulo 15 (:


Salir de ahí no era un problema. Igual que habíamos llegado podríamos irnos. Me levanté y ayudé a Alberto a que se levantara el también. Aunque aparentemente estaba bien, no quería que hiciera ningún esfuerzo innecesario. Le cogí de la mano y empezamos a andar, aunque al poco tiempo paramos.
-Cierra los ojos. –Me puse enfrente de él y le cogí la otra mano.
-¿Por qué? –Me miraba con curiosidad.
-Es más cómodo si cierras los ojos. –Por la expresión de su cara me di cuenta de que no estaba entendiendo nada. –Nos vamos a transportar al parque que hay cerca de tu casa mediante mi don, y aunque no hace falta, es mejor que cierres los ojos. En un segundo estaremos ahí. Confía en mí.
-Confío en ti. –Le sonreí y cerramos los dos los ojos. Deseé estar en el parque con todas mis fuerzas y cuando los abrí ya estábamos en él.
-Ya puedes abrirlos. –Los abrió y pestañeó varias veces.
-Guau… ¡Esto es increíble! Hace un momento estábamos ahí, y ahora, ¡estamos aquí!
Me reí y le conduje hasta un pequeño banco que había enfrente de nosotros.
-Laura, oye…no recuerdo muy bien lo que ha pasado pero…Me has salvado, ¿verdad? –No pude evitar dar un respingo al acordarme.
-Bueno, podría decirse que si…Aunque es culpa mía.
Me miró sin comprender.
-¿Qué es culpa tuya?
-Todo…Si no tuviera este don, si no te hubiera hablado de él,  no habrías ido a la papelería de Alistar y no te habría pasado nada. –Lo último lo dije sin fuerzas, en apenas un susurro. Solo de recordar lo que podría haberle pasado…Todo mi cuerpo se estremeció y un nudo me oprimió la garganta con fuerza.
-Pero estoy bien, Laura. No lo pienses más. –Me puso un brazo sobre los hombros y me colocó la cabeza en su pecho. Aunque no quería, empecé a llorar. Llevaba todo el día llorando, que persona más triste.
-Tranquila, Laura. No pasa nada.
-¿Cómo que no pasa nada? ¿Pero, y si hubiera pasado? ¡No me lo perdonaría! Necesito que estés bien. No puedo dejar que corras ningún riesgo. –No pude seguir hablando. Aunque él tampoco me dejó ya que puso un dedo sobre mis labios mandándome callar.
-Laura, mírame. –Levanté la  cabeza y nuestras miradas se encontraron. Me tranquilicé al instante. -¿Me ves? Estoy bien. Perfectamente. Deja de preocuparte por algo que ya ha pasado. –Me dio un pañuelo y me limpié las lágrimas.
-Si…tienes razón.
-Lo sé. –Se rió y de nuevo puso mi cabeza en su pecho. –Bueno, princesa, ¿quieres que vayamos a alguna parte?
-Vale, pero no sé dónde. Estamos cerca de tu casa y no conozco mucho esto.
-Entonces seré tu guía. Vamos. –Nos levantamos y me besó. Cuando nos separamos, después de un par de minutos, aunque a mí no me pareció más de un segundo, me rodeó la cintura con su brazo y empezamos a andar. Paramos enfrente de un café-bar y entramos.
-Esta es solo nuestra primera parada. Cogemos un par de bocadillos y nos vamos. ¿De qué lo quieres?
-Me da igual. Confío en tu buen gusto. Aquí dentro hace mucho calor, ¿te importa si te espero fuera?
-No, tranquila. En un momento salgo. Invito yo, ¿vale?
-No, de eso nada. Tú ya me invitaste a palomitas  el día del cine, ahora me toca a mí. ¿Con quince euros bastará para coger también bebidas?
-De sobra. Espérame fuera.
-Vale, toma los quince euros. -Los saqué de mi bolso, se los di, salí fuera y me senté en un banco que había al otro lado de la calle. No habían pasado ni cinco minutos cuando Alberto salió. Me levanté y crucé la calle. Cogí la bolsa que me tendió y miré de que era mi bocadillo.
-¡Ala, es de tortilla de patatas y cebolla!. ¡Me encanta! Muchas gracias, cariño.
-De nada. Ya sabía que te iba a gustar. –Me guiño un ojo y empezamos a andar de nuevo.
-Bueno, ¿y a dónde vamos?
-Cerca de aquí hay un parque por el que pasa un río. Hay sitio donde poder sentarse , había pensado ir ahí a comer y luego a otro sitio, pero ese es sorpresa.
-Uy, suena genial. Vamos.
Andamos poco tiempo, diez minutos, hasta que llegamos al parque. Era precioso, todo lleno de árboles y parecía bastante grande. Entramos y seguimos un camino, aunque pronto empezamos a andar por el césped. El ruido que hacía el río y el viento al mecer las hojas de los robles que nos rodeaban me transmitía tranquilidad. Llegamos al río y nos sentamos en el césped. Sacó los bocadillos y me dio el mío junto a una Coca-Cola light.
-Gracias.
Comimos en silencio, escuchando el sonido del río y del viento. Terminamos de comer casi a la vez y nos tumbamos, él sobre el césped y yo muy cerca suya, con mi cuello sobre  su brazo.
-Te quiero. –Ya nos lo habíamos dicho antes, pero no me cansaba de oírlo. Sonreí y me puse boca abajo, mirándole a los ojos directamente.
-Y yo. Muchísimo. Más que a nadie. –Me incliné y le besé. Y nos seguimos besando durante mucho más tiempo. Poco a poco,  había dejado de oír y de sentir la hierba sobre la que estaba apoyada y al viento meciéndome suavemente. Solo le sentía a él, y en todas partes. ¿Cómo podía quererle tanto?  La respuesta me vino enseguida. No separamos y le abracé.
-Gracias. –Lo dije en un susurro y si no hubiéramos estado tan cerca no me habría oído.
-¿Por?
-Porque eres tú quién me ha salvado a mí.
-¿Así? ¿Y de qué?
-De todo. Sin ti no sería capaz de aceptar todo esto que me está pasando. Nadie más que tú podría entenderlo y mucho menos ayudarme tanto sin proponérselo. Cuando estoy contigo lo olvido todo,  nada es tan importante como tú. Puedo ser yo misma, Laura, sin más, no me siento como la Laura que tiene un don que no sabe usar y con el que no causa más que problemas. Me siento cómoda. Antes mi vida me gustaba, no me podía quejar,  a lo mejor era un poco monótona pero estaba acostumbrada. Ahora que estoy contigo, cada día es distinto. Me despierto sonriendo y me acuesto igual. Me siento afortunada de tenerte a mi lado. –Por fin lo había dicho. Bajé la mirada con timidez y la fijé en una mariquita que se había posado en mi mano derecha.
-Entonces tú también me salvaste a mí. –En cuanto terminó de hablar le besé. Por todos los otros besos, por cada abrazo, por todos los días que habíamos pasado juntos, por cada sonrisa, por cada momento, por todo, pero sobretodo, por que le quería y porque en ese momento la felicidad que sentía era tan grande que pensé que a partir de entonces las cosas mejorarían. Que equivocada estaba. 

miércoles, 4 de julio de 2012

CAPÍTULO 14:)

-Por favor, despierta…Abre los ojos…-Su  pulso seguía siendo muy débil. Las lágrimas no dejaban de caer y casi no podía ver. Me las sequé como pude con las manos, pero no sirvió de nada. Siempre  supe que la frase “tengo el corazón echo añicos” era solo una metáfora, pero realmente me sentía así. “Por favor, por favor…deseo que se recupere…necesito que esté bien…”Todo siguió como antes de pedir mi deseo.
-¡¿De qué sirve tener un don sino puede ayudarme cuando más lo necesito?!- Sabía que no había nadie que pudiera oírme, pero me daba igual. Me sequé las lágrimas de nuevo y me levanté. No podía permitir que le pasara algo a Alberto por mi culpa. No. Teniendo un don o no, conseguiría que se pusiera bien. En ese momento miré por primera vez a mí alrededor. Yo ya había estado antes ahí. No sabía cuándo, ni porqué, ni siquiera terminaba de saber exactamente dónde estaba. Pero aun así, tenía la sensación de que ya había estado en ese lugar. Me giré y vi una luz a lo lejos. Sin pensarlo, me puse delante de Alberto. Nadie más volvería a hacerle daño por mi culpa. La luz se fue acercando cada vez más, y cuando estaba a apenas diez metros,  fue tomando la forma de una persona. Di unos pasos para atrás y me quedé a apenas 2 centímetros de Alberto. Cuando pude ver quién era con claridad, creí que estaba soñando. Me froté los ojos varias veces, esperando ver como desaparecía, pero siguió ahí, acercándose cada vez más. De forma involuntaria, di un paso al frente. Cuando estuvimos a apenas un metro, le miré a los ojos, aunque quizás debería decir que me miré a los ojos, porque esa persona (aunque no sabía  si era eso exactamente) era igual que yo. Los mismos ojos grandes y marrones, el pelo largo y castaño, los mismos labios pequeños y ligeramente sonrosados, incluso la misma ropa, lo único diferente era su mirada y por eso mismo me sentí intimidada. Me miraba con dureza y seriedad, casi parecía estar reprochándome algo.
-¿Qué haces ahí quieta?
Su voz me pilló por sorpresa. No era el mismo tono que el mío. El suyo, sin duda, estaba lleno de furia, y como había pensando, de reproche
-¿Co...Cómo?
-Tu, bueno, nuestro novio se está muriendo y estás aquí sin hacer nada. ¿Eso es lo que le quieres? Porque yo no recuerdo haberme sentido así. –Al instante las lágrimas acudieron de nuevo a mis ojos sin ser llamadas y sentí como el sentimiento de angustia me recorría todo el cuerpo.
-No sé que puedo hacer… ¿Qué te crees, que me gusta verle así? Tú, siendo yo, deberías saber como me siento. –La angustia pasó a ser enfado.  No me lo podía creer. Me estaba volviendo loca, no le encontraba otra explicación. ¿Porque qué sentido tenía que yo, bueno, mi otro yo, me estuviera regañando? En mi cabeza se estaba formando un auténtico remolino, Alberto, Alistar, Rubén, el hecho de estar hablando conmigo misma, todo daba vueltas, y nada parecía tener una explicación. Necesitaba estar sola. Aislada del mundo, sola en compañía en Alberto. Necesitaba ser feliz a su lado sin ninguna preocupación estúpida. Me eché a llorar sin poder evitarlo. Me senté al lado de Alberto y sin mirar a mi alrededor, sobretodo a mi “otro yo” me cubrí la cabeza con las manos. Noté como una mano se posaba en mi hombro derecho con un ademán tranquilizador, pero no me moví. Quería salir de ahí.
-Laura…-Un silencio incomodo nos envolvía a las dos, lo único que lo perturbaba era el sonido de la respiración agitada de Alberto. –Laura…Yo…Bueno, estoy aquí porque…lo que quiero decir es que…En fin, Laura, que eres, somos, una persona fuerte. No dejes que tu don te domine, aprende a utilizarlo. Puedes curar a Alberto, si no fuera así yo no estaría aquí. Tienes mucho más poder del que tú crees. Bueno, me tengo que ir. Confía en ti.
Cuando levanté la cabeza, ya se había ido. Pero me había devuelto las ganas de luchar por lo que quería. Podía hacer que Alberto se pusiera bien, estaba segura. Me puse de rodillas a su lado, sujeté su mano entre las mías y deseé con todas mis fuerzas que estuviera bien, esta vez sabiendo que podría conseguirlo.
Al principio no ocurrió nada, pero no paré, y poco a poco noté como un calor salía de mis manos y envolvía su cuerpo. Su cara volvía a tener su color habitual y su respiración cada vez era menos agitada, hasta que fue normal. Poco a poco, intentó abrir los ojos pero no le dejé.
-Shh…No te muevas. Tranquilo. –Sus labios se curvaron en una sonrisa. –Te quiero.
-Y yo. –Le abracé con fuerza y me eché a llorar, esta vez de alegría. Lo había conseguido después de todo, aunque todavía había algo por resolver. Teníamos que salir de ahí.