miércoles, 4 de julio de 2012

CAPÍTULO 14:)

-Por favor, despierta…Abre los ojos…-Su  pulso seguía siendo muy débil. Las lágrimas no dejaban de caer y casi no podía ver. Me las sequé como pude con las manos, pero no sirvió de nada. Siempre  supe que la frase “tengo el corazón echo añicos” era solo una metáfora, pero realmente me sentía así. “Por favor, por favor…deseo que se recupere…necesito que esté bien…”Todo siguió como antes de pedir mi deseo.
-¡¿De qué sirve tener un don sino puede ayudarme cuando más lo necesito?!- Sabía que no había nadie que pudiera oírme, pero me daba igual. Me sequé las lágrimas de nuevo y me levanté. No podía permitir que le pasara algo a Alberto por mi culpa. No. Teniendo un don o no, conseguiría que se pusiera bien. En ese momento miré por primera vez a mí alrededor. Yo ya había estado antes ahí. No sabía cuándo, ni porqué, ni siquiera terminaba de saber exactamente dónde estaba. Pero aun así, tenía la sensación de que ya había estado en ese lugar. Me giré y vi una luz a lo lejos. Sin pensarlo, me puse delante de Alberto. Nadie más volvería a hacerle daño por mi culpa. La luz se fue acercando cada vez más, y cuando estaba a apenas diez metros,  fue tomando la forma de una persona. Di unos pasos para atrás y me quedé a apenas 2 centímetros de Alberto. Cuando pude ver quién era con claridad, creí que estaba soñando. Me froté los ojos varias veces, esperando ver como desaparecía, pero siguió ahí, acercándose cada vez más. De forma involuntaria, di un paso al frente. Cuando estuvimos a apenas un metro, le miré a los ojos, aunque quizás debería decir que me miré a los ojos, porque esa persona (aunque no sabía  si era eso exactamente) era igual que yo. Los mismos ojos grandes y marrones, el pelo largo y castaño, los mismos labios pequeños y ligeramente sonrosados, incluso la misma ropa, lo único diferente era su mirada y por eso mismo me sentí intimidada. Me miraba con dureza y seriedad, casi parecía estar reprochándome algo.
-¿Qué haces ahí quieta?
Su voz me pilló por sorpresa. No era el mismo tono que el mío. El suyo, sin duda, estaba lleno de furia, y como había pensando, de reproche
-¿Co...Cómo?
-Tu, bueno, nuestro novio se está muriendo y estás aquí sin hacer nada. ¿Eso es lo que le quieres? Porque yo no recuerdo haberme sentido así. –Al instante las lágrimas acudieron de nuevo a mis ojos sin ser llamadas y sentí como el sentimiento de angustia me recorría todo el cuerpo.
-No sé que puedo hacer… ¿Qué te crees, que me gusta verle así? Tú, siendo yo, deberías saber como me siento. –La angustia pasó a ser enfado.  No me lo podía creer. Me estaba volviendo loca, no le encontraba otra explicación. ¿Porque qué sentido tenía que yo, bueno, mi otro yo, me estuviera regañando? En mi cabeza se estaba formando un auténtico remolino, Alberto, Alistar, Rubén, el hecho de estar hablando conmigo misma, todo daba vueltas, y nada parecía tener una explicación. Necesitaba estar sola. Aislada del mundo, sola en compañía en Alberto. Necesitaba ser feliz a su lado sin ninguna preocupación estúpida. Me eché a llorar sin poder evitarlo. Me senté al lado de Alberto y sin mirar a mi alrededor, sobretodo a mi “otro yo” me cubrí la cabeza con las manos. Noté como una mano se posaba en mi hombro derecho con un ademán tranquilizador, pero no me moví. Quería salir de ahí.
-Laura…-Un silencio incomodo nos envolvía a las dos, lo único que lo perturbaba era el sonido de la respiración agitada de Alberto. –Laura…Yo…Bueno, estoy aquí porque…lo que quiero decir es que…En fin, Laura, que eres, somos, una persona fuerte. No dejes que tu don te domine, aprende a utilizarlo. Puedes curar a Alberto, si no fuera así yo no estaría aquí. Tienes mucho más poder del que tú crees. Bueno, me tengo que ir. Confía en ti.
Cuando levanté la cabeza, ya se había ido. Pero me había devuelto las ganas de luchar por lo que quería. Podía hacer que Alberto se pusiera bien, estaba segura. Me puse de rodillas a su lado, sujeté su mano entre las mías y deseé con todas mis fuerzas que estuviera bien, esta vez sabiendo que podría conseguirlo.
Al principio no ocurrió nada, pero no paré, y poco a poco noté como un calor salía de mis manos y envolvía su cuerpo. Su cara volvía a tener su color habitual y su respiración cada vez era menos agitada, hasta que fue normal. Poco a poco, intentó abrir los ojos pero no le dejé.
-Shh…No te muevas. Tranquilo. –Sus labios se curvaron en una sonrisa. –Te quiero.
-Y yo. –Le abracé con fuerza y me eché a llorar, esta vez de alegría. Lo había conseguido después de todo, aunque todavía había algo por resolver. Teníamos que salir de ahí.

2 comentarios:

  1. buen capitulo, ademas causas cierta espectacion al no saber donde estan los personajes. Un abrazo, Sergio

    ResponderEliminar
  2. Me alegro de que te guste:)
    Un beso!

    ResponderEliminar